En diciembre de 2009, Ecuador debía al mundo $7.400 millones. Esa cifra parece modesta frente a los casi $50.000 millones que suma la deuda externa del país a marzo de 2025. Así, en 16 años, Ecuador multiplicó su deuda externa por siete, una escalada que no se detuvo ni siquiera cuando los precios del petróleo rompían récords y los ingresos públicos crecían a buen ritmo.
¿Cómo se llegó a este punto? Con una combinación de decisiones políticas, dependencia del crédito externo y la ilusión de que la bonanza sería eterna. Según el economista Vicente Albornoz, decano de la Facultad de Economía de la UDLA, el país se endeudó “con gran decisión y constancia”, año tras año, en un proceso que no se ha detenido desde 2009.
Endeudamiento externo: un modelo que se agotó
En los primeros años de la dolarización (2000-2009), la deuda externa no solo no creció: disminuyó a una tasa promedio anual de -5%. Parte de esa caída se debió a renegociaciones de deudas, superávits fiscales (sobre todo entre 2002 y 2006) y disciplina presupuestaria. Pero esa lógica cambió drásticamente.
Entre julio de 2009 y enero de 2018, la deuda externa creció a un ritmo explosivo del 20,5% anual. “Una tasa demencial”, según Albornoz, especialmente considerando que durante ese mismo periodo el país vivió algunos de los años con mayores ingresos petroleros de su historia. En lugar de ahorrar o reducir su dependencia del crédito, Ecuador se endeudó más, incluso cuando más ingresos tenía.
En un primer momento, entre 2009 y 2016, el financiamiento vino principalmente de gobiernos y bancos extranjeros, sobre todo de China. A partir de 2016, el país se volcó a los bonos, y cuando estos se agotaron —porque ya nadie quería comprarlos— entraron en escena los organismos multilaterales: Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial, CAF y BID, quienes se convirtieron en el principal sostén del Ecuador endeudado.
Menos velocidad en el endeudamiento externo, pero igualmente insostenible
Desde 2018 hasta abril de 2025, el ritmo de crecimiento de la deuda externa ha disminuido, pero sigue siendo alto: casi 5% anual. Menos insostenible que antes, pero aún superior al crecimiento promedio de la economía nacional del 1% o menos. Y cuando una deuda crece más que los ingresos y la producción del país, se vuelve impagable en el largo plazo.
“No podemos seguir dependiendo indefinidamente del crédito externo”, advierte Albornoz. Aunque el actual Gobierno ha logrado ciertos equilibrios fiscales, lo ha hecho con apoyo del FMI y nuevos desembolsos que apenas alcanzan para cubrir los atrasos acumulados del Estado: pagos a jubilados, contratistas y algo de devolución del IVA a adultos mayores, por ejemplo.
“El Gobierno está financieramente ahorcado. No es que no quiera pagar, es que no puede”, explica el economista.
Crisis fiscal: una economía que gasta más de lo que gana
Detrás del crecimiento de la deuda está un problema estructural que arrastra Ecuador desde hace más de 16 años: el déficit fiscal. Todos los años, el país gasta más de lo que recauda. Durante años, esa diferencia se cubrió fácilmente con deuda. Pero ese margen se ha agotado. Hoy los créditos llegan a cuentagotas y están condicionados a cumplir metas duras: recortes de gasto, eliminación de subsidios y posibles alzas de impuestos.
Albornoz lo resume sin rodeos: “No hay magia. Las opciones son bajar el gasto, subir los ingresos o ambas cosas”. El Estado ya ha empezado a quitar subsidios a la electricidad industrial, al diésel de las pesqueras y subir aranceles a los paquetes internacionales. También ha creado nuevas tasas o impuestos para la minería. Pero no es suficiente.
Albornoz, quien señala que los préstamos del FMI no resuelven el problema de fondo: solo permiten que el ajuste fiscal sea más gradual y no un ‘shock’ inmediato. “Si el FMI no prestara, habría que hacer un ajuste salvaje de un día para otro”, explica. Pero con los desembolsos —como los $600 millones recibidos en julio—, el Gobierno puede reducir parte de sus atrasos sin tener que recortar bruscamente el gasto ni subir impuestos de forma agresiva.
Aun así, el margen de maniobra es limitado. Para salir del ciclo de endeudamiento, Albornoz plantea medidas concretas: recortes en subsidios energéticos como los del diésel; reducción del gasto corriente en el sector público, especialmente en rubros no prioritarios; eliminación de gastos inútiles en municipios y prefecturas; y mayor transparencia en el uso de los recursos. También sugiere evaluar una reforma tributaria que simplifique impuestos distorsionantes como el Impuesto a la Salida de Divisas (ISD) —que desincentiva la inversión extranjera— y fortalezca la recaudación a través del IVA y el impuesto a la renta. Aunque impopular, reconoce que una reforma tributaria de este tipo sería factible si se plantea con claridad técnica y enfoque progresivo.
¿Qué pasa si Ecuador no ajusta su economía para salir del déficit y el endeudamiento?
Sin ajustes profundos, Ecuador corre el riesgo de quedarse sin crédito, como ya ocurrió en 2019, cuando los mercados le cerraron las puertas. De ahí que el FMI no sea la solución, sino un amortiguador a los problemas.
La lección es clara: ningún país puede vivir eternamente del crédito. Mucho menos si no produce lo suficiente, si no recauda impuestos de forma eficiente y si sigue gastando más de lo que tiene.
“Ecuador ya cruzó varias veces la línea del sobreendeudamiento. Hoy camina por la cuerda floja de la sostenibilidad. Y cada nuevo préstamo es, más que una salvación, una prórroga”, apuntó Roberto Ordóñez, economista y consultor empresarial. (JS)
Fuente: https://www.lahora.com.ec/economia/La-deuda-externa-de-Ecuador-crecio-7-veces-en-16-anos-20250722-0030.html


